Cuadro pintado por el pintor italiano Sebastiano Ricci (1659-1734)
Diógenes de Sínope es un nombre poco conocido, sin embargo su propuesta filosófica ha tenido una relación más amistosa con el tiempo y con la humanidad. Diógenes fue una de las figuras de más renombre de la escuela cínica vivió en el siglo IV a.C. Su lenguaje inoportuno, mordaz y altivo es tal vez uno de los ejemplos antiguos que guardan relación con la prosa contestataria que algunos literatos y filósofos han decidido implementar hoy en sus escritos.
Si de Aristóteles o Platón no quedan obras puras, Diógenes no corrió con mayor suerte. Conocemos de este cínico a través de un escrito hecho por Diógenes Laercio en el siglo III en la obra Vida de filósofos ilustres.
Plutarco que escribió una obra sobre Alejandro titulada Vida de Alejandro. En ella nos narra una de las anécdotas más memorables y dignas de Alejandro, que pese a su profunda enseñanza es poco conocida fuera de los ámbitos académicos. No necesita mucho esfuerzo sugerir que en nuestra América siempre cruel con escritores contestatarios, sea llevada esta historia a oídos y escaparates de las bibliotecas personales de nuestros dirigentes.
Quien extiende la mano en la pintura es Alejandro Magno. Al contrario de lo que parece, no le ofrece ayuda al mendigo, sino su gloria. El inope del piso es Diógenes de Sínope. Alejandro no lo halló de casualidad, lo halló por la voluntad y el deseo de conocer a tal vez el único corintio filósofo que no acudió a abultar la caterva zalamera que lo agazapó.
Alejandro curioso al no hallar a Diógenes y habiendo oído de antemano su grandeza va a buscarlo. Luego de un rato encuentra tendida en el piso una figura arrugada y vetusta, que según dicen vivía en un tonel de vino. Alejandro, de pie ante él le ofrece algo en que su gloria puede darle y de lo que su inopia lo prive. La única petición que Diógenes hace al conquistador es: "muy poco —le respondió—; que te quites del sol". Alejandro admirado por esa respuesta robusta e imponente de Diógenes muestra del ingenio puro, de la delicadeza más excelsa y de la verdad más cínica no pudo más que admirarse y decir algo tan loable, pero no tan filosófico, más si político; no a Diógenes, sino al gentío que le acompañaba: "Pues yo a no ser Alejandro, de buena gana fuera Diógenes".
Ante tanto literato colombiano desterrado a causa de sus posturas ideológicas y contestatarias, sería bueno que después del bicentenario a ambos (políticos y académicos) se les diese una copia de una pugna digna entre la gloria académica y la gloria política.
Si de Aristóteles o Platón no quedan obras puras, Diógenes no corrió con mayor suerte. Conocemos de este cínico a través de un escrito hecho por Diógenes Laercio en el siglo III en la obra Vida de filósofos ilustres.
Plutarco que escribió una obra sobre Alejandro titulada Vida de Alejandro. En ella nos narra una de las anécdotas más memorables y dignas de Alejandro, que pese a su profunda enseñanza es poco conocida fuera de los ámbitos académicos. No necesita mucho esfuerzo sugerir que en nuestra América siempre cruel con escritores contestatarios, sea llevada esta historia a oídos y escaparates de las bibliotecas personales de nuestros dirigentes.
Quien extiende la mano en la pintura es Alejandro Magno. Al contrario de lo que parece, no le ofrece ayuda al mendigo, sino su gloria. El inope del piso es Diógenes de Sínope. Alejandro no lo halló de casualidad, lo halló por la voluntad y el deseo de conocer a tal vez el único corintio filósofo que no acudió a abultar la caterva zalamera que lo agazapó.
Alejandro curioso al no hallar a Diógenes y habiendo oído de antemano su grandeza va a buscarlo. Luego de un rato encuentra tendida en el piso una figura arrugada y vetusta, que según dicen vivía en un tonel de vino. Alejandro, de pie ante él le ofrece algo en que su gloria puede darle y de lo que su inopia lo prive. La única petición que Diógenes hace al conquistador es: "muy poco —le respondió—; que te quites del sol". Alejandro admirado por esa respuesta robusta e imponente de Diógenes muestra del ingenio puro, de la delicadeza más excelsa y de la verdad más cínica no pudo más que admirarse y decir algo tan loable, pero no tan filosófico, más si político; no a Diógenes, sino al gentío que le acompañaba: "Pues yo a no ser Alejandro, de buena gana fuera Diógenes".
Ante tanto literato colombiano desterrado a causa de sus posturas ideológicas y contestatarias, sería bueno que después del bicentenario a ambos (políticos y académicos) se les diese una copia de una pugna digna entre la gloria académica y la gloria política.
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